sexta-feira, 3 de outubro de 2014

Entrevista a Mons. Fellay luego de su encuentro con el Cardenal Müller

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Ud. fue recibido por el Cardenal Müller el 23 de septiembre pasado. El comunicado de la sala de prensa del Vaticano retoma los términos del comunicado de 2005, luego de su encuentro con Benedicto XVI, en el que ya se hablaba de “proceder por etapas y en un plazo razonable”, con “el deseo de llegar a la plena comunión”; – el comunicado de 2014 habla de “plena reconciliación”. ¿Significa esto que se regresa al punto de partida?

Sí y no, según el punto de vista en el que uno se sitúe. No hay nada nuevo en el sentido que hemos verificado —nuestros interlocutores y nosotros— que permanecen las divergencias doctrinales que se habían manifestado claramente con oportunidad de las discusiones teológicas de 2009-2011, y que, por tanto, no podíamos firmar el Preámbulo doctrinal que nos ha sido propuesto por la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 2011.

Pero, ¿qué hay de nuevo?
Hay un nuevo Papa y un nuevo Prefecto al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y este encuentro muestra que ni ellos ni nosotros deseamos una ruptura de las relaciones: las dos partes insisten sobre la necesidad de esclarecer las cuestiones doctrinales antes de un reconocimiento canónico. Por eso, de parte de ellos, las autoridades romanas reclaman la firma de un Preámbulo doctrinal que, de nuestra parte, no podemos firmar en razón de sus ambigüedades.

Entre las novedades se encuentra también el agravamiento de la crisis en la Iglesia. En la víspera de un Sínodo sobre la familia se manifiestan críticas serias y justificadas, de parte de varios cardenales, contra las proposiciones del Cardenal Kasper sobre la comunión de los divorciados “vueltos a casar”. Desde las críticas de los cardenales Ottaviani y Bacci en el Breve examen del Novus Ordo Missae, en 1969, esto no se había visto en Roma. Pero lo que no ha cambiado es que las autoridades romanas siguen sin tomar en cuenta nuestras críticas del Concilio porque les parecen secundarias e incluso ilusorias, frente a los graves problemas a los que se enfrenta la Iglesia hoy. Estas autoridades comprueban claramente la crisis que sacude a la Iglesia al más alto nivel —ahora entre cardenales—, pero no conciben que el Concilio mismo pueda ser la causa principal de esta crisis sin precedentes. Se parece a un diálogo de sordos.

¿Podría dar un ejemplo concreto?
Las proposiciones del Cardenal Kasper en favor de la comunión de los divorciados “vueltos a casar” son una muestra de lo que reprochamos al Concilio. En su discurso a los cardenales, en el Consistorio del 20 de febrero pasado, propone hacer nuevamente lo que ya se hizo en el Concilio, a saber: reafirmar la doctrina católica, ofreciendo al mismo tiempo aperturas pastorales. En sus diversas entrevistas con los periodistas, él realiza esta distinción entre la doctrina y al pastoral: recuerda en teoría que la doctrina no puede cambiar, pero introduce la idea que, en la realidad concreta, hay situaciones tales, que la doctrina no puede ser aplicada. Entonces, según él, solamente la pastoral está en condiciones de encontrar soluciones… en detrimento de la doctrina.

Por nuestra parte, reprochamos al Concilio esta distinción artificial entre la doctrina y la pastoral, porque la pastoral debe necesariamente derivarse de la doctrina. Gracias a múltiples aperturas pastorales se introdujeron cambios sustanciales en la Iglesia y la doctrina se vio afectada. Es lo que pasó durante y después del Concilio, y denunciamos la misma estrategia utilizada ahora contra la moral del matrimonio.

¿Acaso no hay en el Concilio sólo cambios pastorales, que habrían indirectamente afectado la doctrina?
No, nos vemos obligados a afirmar que se realizaron cambios graves en la doctrina misma: la libertad religiosa, la colegialidad, el ecumenismo… Pero es cierto que estos cambios aparecen de una manera más clara y más evidente en sus aplicaciones pastorales concretas, pues en los documentos conciliares son presentados como simples aperturas, de manera alusiva y con mucho sobrentendidos… Esto hace de ellos, según la expresión de mi predecesor, el R. P. Schmidberger, “bombas de tiempo”.

En las proposiciones del Cardenal Kasper, ¿dónde ve Ud. una aplicación pastoral que haría más evidente un cambio doctrinal introducido en el Concilio? ¿Dónde ve Ud. una “bomba de tiempo”?
En la entrevista que concede al vaticanista Andrea Tornielli, este 18 de septiembre, el Cardenal declara:

La doctrina de la Iglesia no es un sistema cerrado: el Concilio Vaticano II enseña que hay un desarrollo en el sentido de una posible profundización. Me pregunto si una profundización semejante a la que se dio con la eclesiología no es posible en este caso (de los divorciados vueltos a casar civilmente): incluso si la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo, hay elementos de eclesialidad también fuera de las fronteras institucionales de la Iglesia católica. En ciertos casos, ¿no se podría reconocer igualmente en un matrimonio civil elementos del matrimonio sacramental? Por ejemplo, el compromiso definitivo, el amor y el apoyo mutuo, la vida cristiana, el compromiso público, que no existe en las uniones de hecho (i.e. las uniones libres)”

El Cardenal Kasper es muy lógico, perfectamente coherente: propone que los nuevos principios sobre la Iglesia, que el Concilio enunció en nombre del ecumenismo —existen elementos de eclesialidad fuera de la Iglesia—, se apliquen pastoralmente al matrimonio. Pasa lógicamente del ecumenismo eclesial al ecumenismo matrimonial. En este sentido, según él habría elementos del matrimonio cristiano fuera del sacramento. Para ver las cosas concretamente, ¡pregúntese, pues, a los esposos, qué pensarían sobre una fidelidad conyugal “ecuménica” o sobre una fidelidad en la diversidad! Paralelamente, ¿qué debemos pensar de una unidad doctrinal “ecuménica”, diversamente una? Esta es la consecuencia que denunciamos, pero que la Congregación para la Doctrina de la Fe no ve o no quiere ver.

¿Cómo se debe entender la expresión del comunicado del Vaticano “proceder por etapas”?
Como el deseo recíproco, en Roma y en la Fraternidad San Pío X, de mantener conversaciones doctrinales en un marco amplio y menos formal que el de los precedentes intercambios.

Pero si los intercambios doctrinales de 2009-2011 no aportaron nada, ¿para qué retomarlos, incluso de manera más amplia?
Porque, siguiendo el ejemplo de Mons. Lefebvre, que nunca rechazó aceptar la invitación de las autoridades romanas, nosotros respondemos siempre a quienes nos interrogan sobre las razones de nuestra fidelidad a la Tradición. No podemos rehuir esta obligación, y siempre la cumpliremos en el espíritu y con las obligaciones que han sido definidas por el último Capítulo General.

Puesto que Ud. mencionaba la audiencia que me concedió Benedicto XVI en 2005, recuerdo que entonces decía que queríamos mostrar que la Iglesia sería más fuerte en el mundo de hoy si mantuviera la Tradición, —incluso agregaría: si recordara con orgullo su Tradición bimilenaria. Repito hoy que queremos aportar nuestro testimonio: si la Iglesia quiere salir de la crisis trágica que atraviesa, la Tradición es la respuesta a esta crisis. De esta manera manifestamos nuestra piedad filial para con la Roma eterna, para con la Iglesia, Madre y Maestra de verdad, a la que estamos profundamente unidos.

Ud. dice que se trata de un testimonio; ¿no es más bien una profesión de fe?
Una cosa no excluye la otra. Nuestro fundador gustaba decir que los argumentos teológicos con los cuales profesamos la fe, no siempre son comprendidos por nuestros interlocutores romanos, pero ello no nos dispensa de recordarlos. Y, con el realismo sobrenatural que lo caracterizaba, Mons. Lefebvre añadía que las realizaciones concretas de la Tradición: los seminarios, los colegios, los prioratos, el número de sacerdotes, de religiosos y religiosas, de seminaristas y fieles… también tenían un gran valor demostrativo. Contra estos hechos tangibles, no hay argumento especioso que valga: contra factum non fit argumentum. En el caso presente, se podría traducir este adagio latino con la frase de nuestro Señor: “se juzga al árbol por sus frutos”. En este sentido, al mismo tiempo que profesamos la fe, debemos dar testimonio en favor de la vitalidad de la Tradición.

Fonte: DICI

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